martes, 19 de marzo de 2013

HISTORIA / Los incas

"La ciudad perdida de los incas", Machu Picchu, situada en
una alta montaña de los Andes peruanos, encima del río
Urubamba, fue redescubierta por Hiram Bingham en 1911.
Sin duda la más grande y poderosa unidad política de toda la América precolombina, el imperio incaico fue, paradójicamente, menos desarrollado en algunas áreas que otras civilizaciones más antiguas: la ciudad no era el asentamiento corriente, y no se conocía la escritura. Aun así, el imperio, establecido durante el período comprendido entre 1438 y 1476, se extendía desde el río Maule, en el sur de Chile, hasta el sur de Colombia (unos 4.200 kilómetros), y tenía una población de unos seis millones de personas de distintos grupos étnicos.
 
La administración altamente centralizada de este vasto imperio constituye un logro extraordinario. Fue dividido en cuatro partes, o chuyos (suyos), y gobernado desde Cuzco, la capital, a través de una pirámide jerárquica de administradores. En el vértice estaba el propio emperador, mientras que debajo de él, en orden descendente, estaban los prefectos de los cuatro chuyos, los gobernadores de las provincias, funcionarios menores y, finalmente, encargados de grupos de entre 50 y 100 familias. La mayor parte de los puestos administrativos eran hereditarios. Cada unidad social del imperio, hasta la más pequeña, tributaba en la forma de servicios laborales; éstos podrían traducirse en el cultivo de parcelas de terrenos del Estado, la construcción pública o el servicio militar. Todo este elaborado sistema, incluidos los censos y los registros de la tributación, se mantenían sin la utilización de la escritura; los datos se registraban en quipus, objetos mnemónicos de cuerdas anudadas que interpretaban especialistas. Este sistema de administración lo facilitaba una impresionante red de carreteras (para hombre a pie o montados… no habían vehículos de ruedas) con estaciones de paso y corredores de fondo.
 
Qhapaq ñam, el camino que unía el imperio
Los incas adoptaban muchas de las infraestructuras políticas, sociales y religiosas de los pueblos que conquistaban. Donde encontraron centros establecidos, asumieron su dirección, pero el modelo de asentamiento incaico no era realmente urbano. La mayoría de la gente vivía en aldeas, y el centro administrativo típico solo albergaba una población relativamente pequeña de funcionarios y personal de apoyo. Sin embargo, se imponía la lengua quechua a todos los pueblos conquistados y, en la actualidad, cinco sextas partes de los indios andinos hablan el quechua.
 
El emperador tenía muchas propiedades y objetos personales, pero ninguno de éstos podía ser heredado por su sucesor; permanecía bajo propiedad del rey difunto y solo se podía usar para mantener en buen estado su momia y para perpetuar su culto. Por consiguiente, cada emperador tenía que acumular su propia tierra y otras propiedades para mantener su propio estilo de vida y recompensar a sus seguidores. Se ha sugerido que esta extraordinaria regla hereditaria fue el motor que impulsó la inexorable expansión territorial de los incas.

La religión incaica era básicamente una forma de culto a los ancestros, siendo los emperadores muertos ancestros especialmente honrados: las momias se mantenían en buen estado y estaban presentes en las ceremonias importantes. La religión oficial del imperio, el culto al dios solar Inti, era, en realidad, el culto al ancestro divino de la dinastía reinante. Otras deidades conformaban el panteón de dioses. Las ceremonias religiosas eran numerosas y elaboradas; por lo general se sacrificaban animales, pero el sacrificio humano se practicaba muy rara vez ya pequeña escala.
 
Pizarro y los incas
En 1532, solo 168 españoles, liderados por Francisco Pizarro, pusieron fin sin dificultades al imperio incaico, debilitado por una guerra civil y por los efectos devastadores de las enfermedades importadas de Europa. La administración incaica era ideal para ser controlada por unos pocos: Los españoles no tuvieron más que deponer a la elite gobernante y asumir el poder.

Fuente: "Descubrimientos arqueológicos históricos", Ruth Whitehouse y John Wilkins, 1997.

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